Aunque el retraso mental grave no progresivo es común, los
jóvenes adultos suelen adaptarse socialmente y responden a la mayoría de
señales personales e interacciones. Debido a su interés por las personas pueden
establecer amistad y comunicar un amplio repertorio de sentimientos,
enriqueciendo sus relaciones personales y familiares. Participan en actividades
de grupo y de la vida diaria. También disfrutan de actividades recreativas como
ver la televisión y hacer deporte. Pero al presentar un retraso severo en la
adquisición de habilidades que requieren coordinación de la actividad muscular
y mental, todo ello dependerá del grado de coordinación de movimientos, la
dificultad para controlar las convulsiones, la falta de atención y la hiperactividad
durante la infancia para lograrlo.
Los niños afectados por este síndrome se caracterizan por
chuparse manos y pies en edades muy tempranas. La lengua, en un 30% a 50% de
los afectados, presenta un crecimiento anormal. Algunos tienen protuberancia
lingual y babeo constante; en otros la protuberancia sólo se manifiesta durante
la risa. Babear frecuentemente es un problema persistente. El uso de medicación
para disminuir la cantidad de saliva no da buen resultado a largo plazo.
La hiperactividad es la conducta más típica en el SA. Se
describe como hipermotricidad con un bajo tiempo de atención. Tanto de
niños como de mayores pueden tener una actividad aparentemente incesante,
guardando sus manos o juguetes en su boca, moviéndose de un lado a otro, aleteo
o golpeteo con las manos. Por eso se acentúan conductas como morder o pellizcar
a otros niños.
A pesar de que algunos niños con SA tienen la suficiente
comprensión como para ser capaces de hablar, el lenguaje conversacional no se
desarrolla. Una sola palabra clara, como mamá, puede tardar en
desarrollarse entre 10 y 18 meses y, aún así, usarse infrecuentemente y sin su
significado simbólico. A los tres años de edad, los niños de nivel más alto
empiezan algún tipo de lenguaje no-verbal: algunos señalan partes de su cuerpo
para indicar necesidades fisiológicas, pero su nivel de comprensión es mucho
más alto para entender y seguir órdenes.
El severo retraso en el desarrollo obliga a un
entrenamiento temprano y a programas de fisioterapia. La terapia ocupacional
puede ayudar a mejorar la psicomotricidad fina y controlar la conducta
motoro-bucal. También la logopedia y terapia de comunicación, sobre todo
no-verbal, deberían ser esenciales en estos casos.
Los
problemas crecen
«Superada la primera etapa y una vez localizadas las
asociaciones de padres, que son las que realmente proveen a los padres de toda
la información necesaria para centrar el trabajo con sus hijos, hay unos años
en que las cosas son algo más llevaderas», explica la madre de Elena. Cuando
los niños crecen y son adolescentes, las crisis van en aumento de forma
incontrolada. El comportamiento social ya no es «gracioso ni aceptable
socialmente».
«El que un niño o niña de cierta edad quiera abrazar y
besar a las personas que tiene delante, en el mejor de los casos llama la
atención, pero sobre todo el problema mayor es la falta de comunicación, con
los problemas de frustración que ello provoca en estos chicos, los ruidos
o chillidos que emiten para tratar de comunicarse, las pataletas que puede
llegar a organizar un adolescente cuando se le lleva la contraria». Todo esto
hace que las familias tengan una vida social altamente restringida, teniendo
relación solo con parientes muy cercanos o amigos íntimos.
María Galán insiste en que, a pesar de una infancia tan
dificultosa, cuando llegan a la edad adulta el panorama «todavía es más negro,
si cabe». La falta de centros de día con profesionales familiarizados con en
este síndrome y, sobre todo, la inexistencia de residencias donde los padres
«podamos dejar a los hijos cuando ya no nos sea posible hacernos cargo de
ellos», es uno de los mayores problemas a los que se afrontan. Recalca que, al
igual que en la mayoría de los síndromes psíquicos, el futuro de sus hijos es
incierto.
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